ESCUCHAR EL SUSURRO...

viernes, 25 de septiembre de 2015

Piedra Angular te cuenta…

Un joven ejecutivo exitoso paseaba a toda velocidad en su auto último modelo, sin ningún tipo de precaución. De repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta, por lo cual se detuvo.

Al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, y carrocería de la puerta de su lujoso auto.

Se subió nuevamente, pero esta vez lleno de enojo.

Dio un brusco giro de 180 grados, y regresó a toda velocidad al lugar donde vio salir el ladrillo que acababa de arruinar lo hermoso que lucía su exótico auto.

Salió del auto de un brinco, y agarró por los brazos a un chiquillo, y empujándolo hacia el auto estacionado, le gritó:

¡¿Qué rayos fue eso? ¿Quién eres tú? ¿Qué crees que haces con mi auto?!

Y enfurecido, casi echando humo, continuó gritándole al chiquillo:

¡Es un auto nuevo, y ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro! ¡¿Por qué hiciste eso?!

Por favor, señor, por favor… ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer”. Suplicó el chiquillo. Le lancé el ladrillo porque nadie se detenía. Las lágrimas bajaban por sus mejillas hasta el suelo mientras señalaba hacia el otro lado del auto estacionado.

¡Es mi hermano! le dijo.

Se descarriló su silla de ruedas, y se cayó al suelo, y no puedo levantarlo.

Sollozando preguntó al ejecutivo:

¿Puede usted, por favor, ayudarme a sentarlo en su silla?

Está golpeado, y pesa mucho para sentarlo yo solo.

Visiblemente impactado por las palabras del chiquillo, el ejecutivo tragó saliva, y un nudo se formó en su garganta.

Indescriptiblemente emocionado por lo que acababa de pasarle, levantó al joven del suelo, lo sentó nuevamente en su silla, y sacó su pañuelo de seda para limpiar un poco las cortaduras y el sucio de sobre las heridas del hermano de aquel chiquillo tan especial.

Luego de verificar que se encontraba bien, miró al chiquillo, y este le dio las gracias con una sonrisa que no tiene posibilidad de describir nadie.

“DIOS lo bendiga, señor… y muchas gracias” le dijo.

El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando trabajosamente la pesada silla de ruedas de su hermano hasta llegar a su humilde casa.

Cuentan que el ejecutivo aún no ha reparado la puerta del auto manteniendo la hendidura que le hizo el ladrillazo para recordarle el no ir por la vida tan distraído y tan de prisa que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.

La vida normalmente nos susurra en el alma y en el corazón, pero hay veces que tiene que lanzarnos un ladrillo a ver si le prestamos atención.

Tú escoges: Escuchar el susurro o recibir el ladrillazo.
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